A tenor de los resultados, parece que se le da bien eso de poner toda la carne en el asador. 2021 está siendo su año. A la gran acogida de su álbum Calambre, publicado en octubre de 2020 y que entró directo a la lista Billboard de los 25 mejores álbumes latinos, se suman el éxito de temas como Delito y Mafiosa (más de 46 y 17 millones de visualizaciones en YouTube, respectivamente), su brillante actuación en la gala de los Premios Goya, donde interpretó La violetera, su gira Calambre Tour, con más de 30 fechas por España y Latinoamérica, y su última actuación estelar de la mano de C. Tangana, con permiso de Christina Aguilera, Becky G y Nicki Nicole, junto a las que ha publicado Pa mis muchachas. “Ateo ha sido un regalo. A veces lo más escandaloso es lo que menos buscas. Fuimos muy cuidadosos. Yo iba a salir con transparencias y decidimos que no. No en una iglesia. Y bailamos de forma romántica. No era perreo. Estamos en 2021. Jamás pensamos que se liaría así”. El lío. Un deán dimitido, vigilias frente a la catedral de Toledo y una misa purificante. Titulares en periódicos de tirada nacional y decenas de minutos en telediarios y radios de todo signo político. El escándalo es atractivo. Vende discos. Lo sabe una industria de la música que lo lleva practicando durante décadas. Y, sin embargo, para Nathy Peluso, y contrariamente a cualquier apariencia, está muy lejos de ser algo que le preocupe o que persiga: “Yo he llegado a donde estoy haciendo lo que he querido. Nunca me he visto obligada a hacer nada. Lo que hago lo hago de corazón, y la gente lo acepta. Mi credibilidad es verdadera. Al público no hay que subestimarlo, se da cuenta de cuando algo es natural y cuando es impostado. Lo mío es natural. Ahora, haga lo que haga, cuento con su confianza. Me siento más libre aún, porque antes tenía incertidumbre y ahora sé que me han aceptado, que han aceptado lo que soy, y están esperando a que les dé lo que ellos quieren de mí”.
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El resto de su imaginario, de su estética, entronca con los códigos de este estilo musical ya no tan alternativo. Uñas infinitas y profusamente decoradas, maquillajes trabajados, contouring mediante, y prendas decididamente sensuales (o sexuales). También la apropiación del chándal como uniforme, como el que luce durante esta cena-entrevista, un pantalón beis de Late Checkout, la firma de su amigo Pucho (C. Tangana), que combina con una camiseta tattoo, un mini top de lana marrón, un esponjoso cárdigan verde y una chaqueta negra de Adidas. “Voy hecha un cuadro”, bromea. “La estética es muy importante para mí. Me ayuda a crear el personaje. Tengo referencias muy concretas que no pertenecen a la época en la que vivo. Los ochenta, los noventa, los 2000... Me gusta mezclar. Todo lo que me pongo habla y viste mi música, viste mi performance. La primera Nathy era más cruda. Ni siquiera usaba maquillaje por aquel entonces. El maquillaje me transforma, me siento más vestida. Me da seguridad”. Los monos de Sergio Castaño, ajustados hasta convertirse en una segunda piel, que ha lucido este año en la gira de Calambre, igualmente forman parte de esta teatralización de la artista. También son reflejo de la forma en la que ha decidido vivir su vida y su profesión: “Aunque no lo parezca, yo también me incomodo ante situaciones con mi cuerpo. Pero me digo: ¿Y qué va a pasar? ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que digan: ‘¡Ay qué gorda!’? Y qué me importa, si yo no les conozco de nada”. A punto de celebrar sus 27 años –"Los cumplo el 12 de enero. Soy capricornio, siempre con los pies en el suelo", bromea–, Nathy Peluso destila una seguridad apabullante, apuntalada por una personalidad reflexiva, que pronostica que lo suyo no va a ser flor de un día. “Nunca he buscado ser famosa, ni una cantante popular. La popularidad es algo que nunca imaginé. Tampoco era mi sueño. Mi sueño era estar conectada al mundo, y sabía que esto solo iba a pasar de la mano del arte. Y he hecho todo lo que ha estado en mis manos para que así fuera. Y creo que así funciona el destino. No es azar, es dirigirse a un lugar y hacer que las cosas ocurran”. Después de una jornada maratoniana (más de 12 horas frente a una cámara para ilustrar su primera portada y reportaje en Vogue), la intérprete continúa trabajando, esta vez frente a esta periodista, a una hamburguesa y a unos fish and chips: “Mi trabajo soy yo. No puedo despegarme nunca. Mi trabajo es mi vida”.
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